‘El Hombre de Acero’: El Rey Pescador

Quizás se tienda a tomar a la ligera la abrumadora responsabilidad que recayó sobre los hombros de David S. Goyer y Zack Snyder (guionista y director, respectivamente) cuando emprendieron la tarea de llevar de nuevo al cine «El Hombre de Acero«; responsabilidad hacia el personaje y su legado simbólico, sus hordas de fans (de los cómics o de las películas de Reeves), hacia una generación a la que no parece haberle funcionado nunca la historia de este superhombre (los que nacimos en los noventa nos sentimos más alejados que nadie de su mitología, que quizás se ha interpretado como caduca o demasiado patriótica, reaccionaria) y, sobre todo, responsabilidad hacia el medio cinematográfico en sí, que ha visto cómo en los últimos años las otrora risibles películas de superhéroes canalizaban muchos de los esfuerzos económicos y creativos de las grandes majors.

Efectivamente, si Marvel ha aunado como nadie amor por el producto original y entretenimiento explosivo (ahora sí podemos ver en pantalla-literalmente- los mundos imaginados por los dibujantes de cómics) y la estirpe de Nolan (productor de «Man of Steel», pista imprescindible) ha dignificado la figura del superhombre, dramatizándolo y exponiendo sus claroscuros con una saga de acción en la que, curiosamente, la acción era lo de menos (véase las aventuras del hombre murciélago), el único resultado posible es una competición en escalada por la excelencia en el género, que ofrezca mito y espíritu, explosión y reflexión.

En este caldo de cultivo nace la película de Superman, y esto es exactamente lo que parece que quiere ofrecer al espectador; no en vano los primeros diez minutos del filme conforman una de las escenas más espectaculares que pueda haber visto nunca, en la que el CGI adquiere cuotas de grandeza épica que depredan muchos de los intentos vistos en los últimos años, para pasar de golpe a un tono naturalista, abundante en primeros planos y cámaras en movimiento, que nos muestra sin cortapisas a un Clark Kent marinero.

Para volver a pasar de golpe a la explosión brutal de una plataforma petrolífera, para pasar de nuevo a un flashback de infancia intimista, para… Suponemos que se entiende. Por primera vez, una película de Superman deja de lado el pop (las adaptaciones antiguas, hoy en día, tienen algo de risible) o la nostalgia comiquera pura (error en el que cayó la infravalorada «Superman Returns») para contarnos, lo más visceralmente posible, la vida de un hombre que resulta que viene del espacio y puede volar.

Sin embargo, el producto final es tan ambicioso que acaba resultando inabarcable, por momentos confuso y perdido en sus interminables batallas. En otras partes del metraje, la fantástica interpretación (Henry Cavill es Superman, aunque quizás un poco despistado; Crowe y Costner se complementan magníficamente; el villano es exageradamente histriónico pero Michael Shannon es un actor como una catedral) se combina con una cierta sensibilidad formal y «Man of Steel» despega de nuevo. Dada su pretensión por abarcar tantas dimensiones dramáticas, pasando de la lucha total a la introspección, de la anécdota al mito (nunca antes se había insistido tanto en la parte mesiánica de Kal-El o en sus indecisiones y debates, que pueden acabar decidiendo el destino de un planeta entero, como se nos repite de vez en cuando), el filme no sigue un ritmo del todo regular y de sus dos horas y media es difícil emitir un juicio equilibrado, ocultos buenos hallazgos por otras soluciones no tan buenas.

En medio de esta pretensión por construir una película catedralicia, monumental, muchos personajes parecen perdidos y acaban expresándose más bien poco y de manera ambigua (Lois Lane es una guerrera que por momentos se limita a observar lo que pasa a su alrededor; Superman, no nos cabe la menor duda, piensa sin parar en su destino pero le cuesta transmitir esto al espectador); tampoco podemos negar la ambición espectacular de Snyder y la construcción maravillosa de la acción y los decorados que compone con sus directores de fotografía y arte, que entregan una imagen salvaje, oscura, en la que no hay el más mínimo lugar para el humor (al igual que en el guión, solemne y tan épico que poco menos que se plantea la destrucción de la Tierra entera).

Todo esto queda adecuadamente puntuado por la banda sonora de ese compositor-para-todo que es Hans Zimmer, que da vueltas alrededor de lo intimista para sacar la artillería pesada en momentos puntuales.

El discurso de Snyder y Goyer, darle un nuevo rumbo, más naturalista, al personaje, llega a buen puerto y sus esfuerzos deben reconocerse, sin duda; pero el filme falla en otros momentos puntuales y quizás peque de ambicioso, al pretender combinar esta vertiente íntima con, paradójicamente, algunos de los momentos más espectaculares que nos ha dado de momento la historia del cine.

Aunque parezca imposible hacerle justicia por entero al Hombre de Acero, «Man of Steel» lo intenta con todas sus fuerzas y a pesar de que por momentos parece que va a conseguir lo mismo que hizo Nolan con Batman, finalmente se ahoga en sus propias contradicciones.

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