‘Loreak’: Florecer de nuevo

El tándem creativo formado por los vascos Jon Garaño y Jose Mari Goenaga vuelve a dar frutos (o, mejor aún, a florecer) en este drama coral absolutamente femenino, que compitió por la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián.

Garaño y Goenaga se suman a la creciente lista de cineastas relativamente jóvenes que filme tras filme demuestran la buena salud del cine independiente en nuestro país; en este caso, con una historia mínima en la que una planificación luminosa y austera narra los dramas de tres mujeres que se ven obligadas a enfrentarse a sus respectivos pasados, tras la llegada a casa de unas misteriosas flores sin remitente. La primera película en vasco en participar en la sección oficial del festival de Donostia, Loreak partió como una de las favoritas pero finalmente fue limpiamente vencida por Magical Girl (de nuevo, cine autóctono, valiente y arriesgado).

Los méritos del filme, tríptico femenino, se encuentran ya en su mínimo pero eficaz guión (cuyos dramas se van calentando a fuego lento en un trabajo a brazo partido con sus excelentes diálogos de las actrices protagonistas), que utiliza los objetos para articular un discurso sobre el pasado (entendido como algo bello y a la vez siniestro, eterno pero caduco como las flores que dan nombre a la película); pero Loreak destaca sobre todo por su excelente trabajo de fotografía y elección de los planos, cuya simplicidad y aparente organicidad explicitan precisamente el enorme trabajo de conceptualización que hay detrás.

En efecto (y ya el barroco póster lo avisa), si el filme se puede definir de algún modo, es de bello y preciosista; pero toda la apuesta por la parte estética se justifica totalmente debido al aporte del elemento visual a la psique perjudicada de sus protagonistas; el cine puro debería narrar con imágenes y no atropellar la personalidad de sus personajes con extensísimos diálogos o complejas piruetas de autor, y esto Garaño y Goeanaga parecen comprenderlo perfectamente al componer un filme en el que el interior de la cabeza de sus protagonistas se explicita en cada decisión de iluminación, atrezzo o planificación. En efecto, Loreak es una película muy bella, pero es una belleza que nunca llega a confundirse con lo naïve, con lo impostado.

Si ya en su ópera prima, 80 Egunean, Garaño y Goenaga mostraban su interés por traer a época presente los entresijos del pasado (en aquel caso, el encuentro con una amiga de la infancia desencadenaba en la protagonista el despertar de sentimientos lésbicos), Loreak se plantea una hoja de ruta similar pero sustituyendo al ser humano por el objeto: a la manera de Proust, el novelista que condensó en una magdalena todos los sentimientos de infancia de su protagonista, que despiertan al entrar en contacto con el sabor de algo olvidado tiempo atrás. El esfuerzo es loable y Loreak lo supera con creces, construyendo un filme sutil pero intenso, bajo la corteza aparentemente ligera del cual se encuentran las raíces de un profundo drama personal.

De nuevo, este retorno al pasado supondrá el cuestionamiento de los lazos presentes (en el caso de una de las protagonistas de Loreak, el declive de la relación con su marido), lo que desencadenará invariablemente, al igual que en el filme mencionado en el párrafo anterior, en un final trágico. Poniendo a sus intérpretes femeninas al límite, Garaño y Goenaga vuelven a dar en la diana con una película que abarca exactamente lo que se puede permitir abarcar, sin pretensiones autorales ni ambición inalcanzable. Celebremos las obras maestras, pero también las pequeñas películas como Loreak que, partiendo de unos ramos de flores, construyen un universo propio en el que ni falta, ni sobra, nada.

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